La obesidad ya no es una característica personal asociada a una situación más o menos patológica. Hoy se sabe que el obeso tiene más probabilidades (entre dos y tres veces más) que el delgado de sufrir un infarto agudo de miocardio o un accidente cerebrovascular (ictus) mortales.
En otras palabras, la obesidad es, en sí misma, un factor de riesgo de muerte de origen cardiovascular, pero tiene la ventaja de que es modificable. Se trata de la segunda causa de muerte más fácilmente evitable, después del tabaco.
Por otro lado, también está afectando a los niños, que son el grupo con crecimiento más rápido en sobrepeso u obesidad.
Sería demasiado simple considerar que la obesidad sólo se debe a un consumo excesivo de alimentos o a una actividad física deficiente.
La obesidad, que se caracteriza por un exceso de grasa corporal, tiene una alta prevalencia en España; se estima que alrededor del 15% de la población general es obesa.
La obesidad se asocia a un elevado riesgo de padecer otras enfermedades, tales como diabetes, hiperlipemia, hipertensión arterial, cardiopatía isquémica, colelitiasis (piedras en la vesícula), hígado graso y cáncer (de colon, recto y próstata en el varón; vesícula, ovario, mama, cérvix y endometrio en la mujer). Además, también está aumentada la prevalencia de la gota, del síndrome de apnea obstructiva del sueño (SAOS), y de artrosis, varices, trombosis con embolismo y hernia de hiato.
Es importante saber que el aumento de la grasa o del tejido adiposo se manifiesta como un aumento del peso y del volumen del cuerpo. Hay personas, como los culturistas, que tienen un gran tamaño de masa muscular y, por tanto, un aumento de peso y de volumen, pero no se consideran obesos.
Por tanto, la determinación aislada del peso tiene una utilidad relativa a la hora de diagnosticar la obesidad, aunque puede servir para el control evolutivo.