Ictus - Qué es

El ictus o infarto cerebral también se denomina ACVA, que corresponde a las iniciales de "accidente cerebrovascular agudo" y define bastante bien lo que sucede. De forma brusca se produce un trastorno cerebral debido a un fallo vascular. Dicho trastorno tiene una traducción inmediata en la persona que lo sufre, ya que es nuestro cerebro el que gobierna y conduce todas las actividades del organismo: aquellas de las que no somos conscientes, como el latido cardiaco o la respiración, y muchas otras voluntarias, como el movimiento, el habla, etc.

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El término ictus, también conocido como apoplejía o ataque cerebral, se refiere a cualquier enfermedad producida por un problema circulatorio en el área cerebral, ya sea por la obstrucción de una arteria o por la rotura de la misma. Los síntomas son: alteración en la expresión o comprensión del lenguaje, la pérdida de fuerza en la mitad del cuerpo, la desviación de la boca o problemas de disminución de la sensibilidad e incluso inestabilidad.

El ictus es un conjunto de enfermedades que pueden ser muy diferentes: desde ictus pequeños con manifestaciones leves hasta ictus muy graves que pueden producir la muerte. Existe una clasificación que los divide en los que son producidos por un infarto cerebral debido a la oclusión de una arteria, donde se produce un trombo y deja de circular la sangre en el cerebro; y los producidos por una rotura, a través de la que se produce una extravasación de la sangre al cerebro, que forma un hematoma o una hemorragia cerebral.

Esta enfermedad es más frecuente en personas mayores, aunque también puede aparecer en jóvenes con enfermedades concretas, como los aneurismas cerebrales, por ejemplo.

Hay muchas causas o factores que los pueden generar, como el tabaco, el colesterol alto, los aneurismas o la tensión arterial mal controlada. De todas las causas mencionadas, la más importante en frecuencia es la hipertensión, cuyos efectos nocivos se pueden prevenir mediante un tratamiento adecuado; de ahí la insistencia de los médicos en el control de los factores de riesgo cardiovascular.

Los ACVA hemorrágicos

Son menos frecuentes y dan lugar a un fallo cerebral por dos mecanismos: por una parte, la arteria lesionada pierde sangre y da lugar a un hematoma o colección sanguínea. Dado que el cerebro se halla alojado en una caja cerrada, el cráneo, la aparición de una masa de sangre ocupa espacio y origina compresión de las estructuras cerebrales. Por otro lado, la zona correspondiente a la arteria lesionada queda sin aporte sanguíneo al interrumpirse el flujo de sangre.

Los ACVA isquémicos

Son más frecuentes y se producen bien por el taponamiento de una arteria o por la reducción del flujo sanguíneo que llega al cerebro.

La falta de aporte de nutrientes y oxígeno a una zona del cerebro da lugar a una lesión de las células cerebrales que se denomina isquemia y, si ésta persiste, a la muerte de dichas células o infarto cerebral.

El fallo de oxigenación puede ser transitorio, en cuyo caso, las consecuencias también lo son y el paciente puede recuperarse rápidamente; esta situación se denomina accidente isquémico transitorio (AIT).

Cuando el proceso culmina en la muerte de las células cerebrales, el paciente, dependiendo de su edad, zona del infarto y estado de salud previo, puede recuperarse total o parcialmente de las secuelas, pero el proceso es lento y dificultoso.

En algunos casos, los ACVA pueden conducir a la muerte y, en otros, a la lesión permanente, por lo que quedan secuelas de una manera indefinida, con una importante limitación y disminución de la calidad de vida.

Los síntomas que el paciente puede presentar dependen de si el accidente es isquémico o hemorrágico, de si existe alguna enfermedad de base, del territorio cerebral afectado y del grado de alteración del mismo.

Los AIT suelen durar de 5 a 15 minutos y son un signo de alarma que nos alerta ante la posibilidad de una lesión que puede ocasionar un ACVA en el futuro. La recuperación se produce durante las 24 horas que siguen al ataque.

Distinguimos clínicamente entre los AIT del territorio carotídeo, los hemisféricos y los del territorio vertebrobasilar. En los primeros, es característica la falta de visión por un ojo, como si un velo o una sombra se interpusieran. En los segundos, es más característico el adormecimiento o la debilidad de los brazos, la confusión y la dificultad para articular palabras. Por último, en los AIT del territorio vertebrobasilar, los síntomas son menos claros, pudiendo aparecer toda una gama de síntomas, desde una caída brusca sin pérdida de conocimiento a alteraciones de la marcha, vértigo, visión doble, alteraciones del habla, acorchamiento de la cara, etc.

La incapacidad para mover uno o varios miembros, las alteraciones bruscas de la marcha y del equilibrio, o la falta de visión o de la capacidad para hablar son síntomas que alertan de una alteración cerebral grave.

Lo más importante es prevenir o suprimir los factores que pueden causar un ACVA y, así, evitar que se desarrolle. Si ya ha sufrido un ACVA, ha salido del hospital y presenta secuelas, por lo general, el plan terapéutico incluye un periodo de rehabilitación, aparte de un tratamiento para controlar los factores de riesgo. No obstante, tanto al paciente como a su familia se les plantea un periodo muy difícil; al paciente por su incapacidad y dependencia y a la familia porque no sabe cómo ayudar ni qué hacer para adaptar la vida cotidiana a las posibilidades del enfermo.

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