La depresión es una enfermedad frecuente, como muchas otras, y existen tratamientos eficaces para ella. La recuperación es la regla y no la excepción.
La depresión no es un signo de dejadez o pereza. Los pacientes se esfuerzan todo lo que pueden.
Se debe preguntar sin temor al paciente sobre un posible riesgo de suicidio. ¿Tiene algún plan específico para llevarlo a cabo?
Debe animar al paciente a resistirse al pesimismo y a la autocrítica negativa, y a no actuar bajo ideas pesimistas. Se debe evitar que el paciente tome decisiones drásticas sobre su vida, como dejar el trabajo, divorciarse…
No debe obligarle a realizar actividades para las que no se sienta capaz. No debe forzarle a la readaptación social, laboral o familiar, hasta que comience a objetivarse una mejoría en su estado de ánimo.
Debe comprender que la disminución de la capacidad de disfrute sexual es fruto de la depresión.
Debe ayudarle a planificar actividades a corto plazo, que tengan como finalidad la diversión o afianzar la autoconfianza.
Se deben identificar los problemas de la vida diaria y las situaciones de estrés. Debe ayudarle a que se concentre, paso a paso, en hechos puntuales para que mejore sus estrategias de afrontamiento. Es necesario reforzar los cambios positivos.
Si existen síntomas somáticos, intente averiguar, junto con el paciente y su familia, las posibles relaciones existentes entre estos y su estado de ánimo.
Después de la mejoría, se deben monitorizar los síntomas, vigilar los posibles signos de recaída y planificar, con el paciente y su familia, posibles fórmulas a las que recurrir si reaparecieran nuevos síntomas.
Es un trastorno que suele ir asociado a factores emocionales, físicos, sociales, económicos o de cualquier otro tipo y que se manifiesta como ansiedad y tensión extrema, junto con la aparición de síntomas físicos como dolor de cabeza o calambres.