Para hablar del timerosal es imprescindible referirnos primero al mercurio. Éste se encuentra en la naturaleza de tres formas: como metal, como sales inorgánicas (sulfuros y otras) y como sales orgánicas (etil, metil y fenilmercurio).
En cualquiera de estas formas puede ser tóxico para el ser humano, aunque de distinta manera, dependiendo de la forma química, de la vía de entrada, de la dosis, de la duración de la exposición y de la edad. Exposiciones prolongadas o a elevadas cantidades de cualquier forma química pueden dañar el cerebro, el riñón y al feto.
El timerosal es una sal orgánica de mercurio cuyo nombre químico es tiosalicilato de etilmercurio sódico. El etilmercurio, componente del timerosal, posee acción antimicrobiana, por la que se ha utilizado desde los años treinta del pasado siglo en el proceso de fabricación de algunas vacunas bacterianas, con la finalidad de inactivar los gérmenes, y, como conservante, para prevenir la contaminación por hongos y bacterias en la fase final de la producción de otras vacunas.
En muchos casos el timerosal puede ser eliminado posteriormente, aunque podrían quedar mínimos restos que no tienen ningún efecto biológico.
Desde que en 1997 la FDA (Agencia de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos) comenzase a revisar y evaluar el riesgo de los alimentos y medicamentos que contenían mercurio y en 1999 lanzase una serie de medidas cautelares junto con la AAP (Academia Americana de Pediatría), se ha hecho un gran esfuerzo para eliminar el mercurio de las vacunas, no tanto porque se constatase que su presencia en ellas entrañara riesgo, sino por precaución: hoy por hoy no hay pruebas científicas de que el timerosal de las vacunas haya causado daños.
Nadie ha podido demostrar hasta la fecha que el timerosal incluido en las vacunas interfiera en el desarrollo cerebral del feto o del lactante, ni que produzca autismo o trastornos del desarrollo psicomotor del niño. Aun así, el mercurio ya ha sido retirado de la mayoría de los preparados.
